Sus poemas, llenos de grandes valores se inspiraron en la cotidianidad de la vida, la familia, el hogar, el trabajo; la tristeza y la nostalgia; el amor y el sentimiento por su terruño; lugares comunes que el poeta hizo grandes, gigantescos. Verdadero maestro en los aspectos temáticos y estéticos de la poética, supo captar y transmitir con ella, en palabras muy suyas, muy locales, el alma misma de Antioquia. Como lo afirma el poeta en alguno de sus versos: pues como sólo para Antioquia escribo, / yo no escribo español sino antioqueño.
En 1873 el Congreso Nacional lo declaró "poeta de la nacionalidad" Es el poeta más próximo a Rafael Pombo. Y dentro de la tradición poética popular de Colombia el número uno. Debido al espacio extractamos solo unos versos de la más bella y conocida de sus poesías.
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MEMORIA
SOBRE EL CULTIVO DEL MAIZ
Señores socios de la Escuela de Ciencias y Artes.
Como es obligación que a todo socio
De nuestra Escuela, impone el Reglamento
Presentarle, por turno, una Memoria
Llena de ciencia, erudición y mérito;
Yo, que a fondo he estudiado agricultura,
Que he meditado y consultado textos,
Y que largas vigilias he pasado
Atento siempre y, consagrado a eso;
Por amor a las ciencias y a las artes,
En favor de la industria y del progreso,
Y sólo en bien de mi querida patria,
Mi Memoria científica os presento.
No usaré del lenguaje de la ciencia,
Para ser comprendido por el pueblo;
Serán mis instrucciones ordenadas,
Con precisión y claridad y método.
No estarán subrayadas las palabras
Poco españolas que en mi escrito empleo,
Pues como sólo para Antioquia escribo,
Yo no escribo español sino antioqueño.
En fin, señores, buenos e indulgentes,
Que estos trabajos aceptéis espero;
Y si logro ser útil a mi patria
Veré cumplido mi ferviente anhelo.
MEMORIA
SOBRE EL CULTIVO DEL MAIZ EN ANTIOQUIA
CAPITULO I
De los terrenos propios para el cultivo, y manera de hacerse los barbechos, que decimos rozas.
Buscando en dónde comenzar la Roza,
De un bosque primitivo la espesura,
Treinta peones y un patrón por jefe
Van recorriendo en silenciosa turba.
Vestidos todos de calzón de manta,
Y de camisa de coleta cruda
Aquél a la rodilla, ésta a los codos,
Dejan sus formas de titán desnudas
El sombrero de caña con el ala
Prendida de la copa con la aguja,
Deja mirar el bronceado rostro
Que la bondad y la franqueza anuncia.
Atado por detrás con la correa
Que el pantalón sujeta a la cintura,
Con el recado de sacar candela ,
Llevan repleto su carriel de nutria.
Envainado y pendiente del costado
Va su cuchillo de afilada punta
;Y en fin, al hombro, con marcial despejo,
El calabozo que en el sol relumbra.
Al fin eligen un tendón de tierra
Que dos quebradas serpeando cruzan,
En el declive de una cuesta amena,
Poco cargada de maderas duras.
Y dan principio a socolar el monte,
Los peones formados en columna;
A seis varas distante uno de otro
Marchan de frente con presteza suma.
Voleando el calabozo a un lado y otro,
Que relámpagos forma en la espesura,
Los débiles arbustos, los helechos
Y los bejucos por doquiera truncan.
Las matambas, los chusques, los carrizos,
Que formaban un toldo de verdura,
Todo deshecho y arrollado cede
Del calabozo a la encorvada punta.
Con el rastro encendido, jadeantes,
Los unos a los otros se estimulan;
Ir adelante alegres quieren todos,
Romper la fila cada cual procura.
Cantando a todo pecho la guabina,
Canción sabrosa, dejativa y ruda,
Ruda cual las montañas antioqueñas
Donde tiene su imperio y fue su cuna.
No miran en su ardor a la culebra
Que entre las hojas se desliza en fuga
Y presurosa en su sesgada marcha,
Cinta de azogue, abrillantada undula;
Ni de monos observan las manadas
Que por las ramas juguetonas cruzan;
Ni se paran a ver de aves alegres
Las mil bandadas de pintadas plumas;
Ni ven los saltos de la inquieta ardilla,
Ni las nubes de insectos que pululan,
Ni los verdes lagartos que huyen listos,
Ni el enjambre de abejas que susurra.
Concluye la socola. De malezas
Queda la tierra vegetal desnuda.
Los árboles elevan sus cañones
Hasta perderse en prodigiosa altura.
Semejantes de un templo a los pilares
Que sostienen su toldo de verdura;
Varales largos de ese palio inmenso,
De esa bóveda verde altas columnas.
El viento, en su follaje entretejido,
Con voz ahogada y fúnebre susurra,
Como un eco lejano de otro tiempo,
Como un vago recuerdo de ventura.
Los árboles sacuden sus bejucos,
Cual destrenzada cabellera rubia
Donde tienen guardados los aromas
Con que el ambiente, en su vaivén, perfuman.
De sus copas galanas se desprende
Una constante, embalsamada lluvia
De frescas flores, de marchitas hojas,
Verdes botones y amarillas frutas.
Muestra el cachimbo su follaje rojo,
Cual canastillo que una ninfa pura
En la fiesta del Corpus, lleva ufana
Entre la virgen, inocente turba.
El guayacán con su amarilla copa
Luce a lo lejos en la selva oscura,
Cual luce entre las nubes una estrella,
Cual grano de oro que la jagua oculta.
El azucena, el floro-azul, el caunce
Y el yarumo, en el monte se dibujan
Como piedras preciosas que recaman
El manto azul que con la brisa undula.
Y sobre ellos gallarda se levanta,
Meciendo sus racimos en la altura,
Recta y flexible la altanera palma,
Que aire mejor entre las nubes busca.
Ved otra vez a los robustos peones
Que el mismo bosque secular circundan;
Divididos están en dos partidas,
Y un capitán dirige cada una.
Su alegre charla, sus sonoras risas,
No se oyen ya, ni su canción se escucha;
De una grave atención cuidado serio
Se halla pintado en sus facciones rudas.
En lugar del ligero calabozo
La hacha afilada con su mano empuñan;
Miran atentos el cañón del árbol,
Su comba ven, su inclinación calculan.
Y a dos manos el hacha levantando,
Con golpe igual y precisión segura,
Y redoblando golpes sobre golpes,
Cansan los ecos de la selva augusta.
Anchas astillas y cortezas leves
Rápidamente por el aire cruzan;
A cada golpe el árbol se estremece,
Tiemblan sus hojas, y vacila... y duda...
Tembloroso un momento cabecea,
Cruje en su corte, y en graciosa curva
Empieza a descender, y rechinando
Sus ramas enlazadas se apañuzcan;
Y silbando al caer, cortando el viento,
Despedazado por los aires zumba...
Sobre el tronco el peón apoya el hacha
Y el trueno, al lejos, repetir escucha.
Las tres partidas observa.A un tiempo
Para echar una galga se apresuran;
En tres faldas distintas, el redoble
Se oye del hacha en variedad confusa.
Un fila de árboles picando,
Sin hacerlos caer, está la turba,
Y arriba de ellos, para echarlo encima,
El más copudo por madrino buscan.
Y recostando andamios en su tronco
Para cortarlo a regular altura,
Sobre las bambas y al andamio trepan
Cuatro peones con destreza suma.
Y en rededor del corpulento tronco
Sus hachas baten y a compás sepultan,
Y repiten hachazos sobre hachazos
Sin descansar, aunque en sudor se inundan.
Y vencido por fin, cruje el madrino,
Y el otro más allá: todos a una,
Las ramas extendidas enlazando,
Con otras ramas enredadas pugnan;
Y abrazando al caer los de adelante,
Se atropellan, se enredan y se empujan,
Y así arrollados en revuelta tromba
En trueno sordo, aterrador, retumban...
El viento azota el destrozado monte,
Leves cortezas por el aire cruzan,
Tiembla la tierra, y el estruendo ronco
Se va a perder en las lejanas grutas.
Todo queda en silencio. Acaba el día,
Todo en redor desolación anuncia.
Cual hostia santa que se eleva al cielo
Se alza callada la modesta luna.
Troncos tendidos, destrozadas ramas,
Y un campo extenso desolado alumbra,
Donde se ven como fantasmas negros
Los viejos troncos, centinelas mudas.
***
CAPITULO II
Que trata de la limpia y abono de los terrenos, muy especialmente por el método de la quema. De la manera de hacer las habitaciones, y de la siembra.Un mes se pasa.
***
El sol desde la altura
Manda a la Roza, vertical su rayo;
Ya los troncos, las ramas y las hojas
Han tostado los vientos del verano.
Las hojas en las ramas se encartuchan,
Sobre los troncos se blanquean los ramos,
Y las secas cortezas se desprenden,
De trecho en trecho, de los troncos largos.
Aquí y allá la enredadera verde
Tímida muestra sus primeros tallos,
La guadua ostenta su primer retoño
De terciopelo de color castaño.
Ya el verano llegó para la quema;
La Candelaria ya se va acercando,
Es un domingo a medio día.
El viento barre las nubes en el cielo claro.
Por la orilla del monte los peones
Vagan al rededor del derribado,
Con los hachones de cortezas secas
Con flexibles bejucos amarrados.
Prenden la punta del hachón con yesca,
Y brotando la llama al ventearlo
Varios fogones en contorno encienden,
La Roza toda en derredor cercando.
Lame la llama con su inquieta lengua
La blanca barba a los tendidos palos;
Prende en las hojas y chamizas secas,
Y se avanza, temblante, serpeando.
Vese de lejos la espiral del humo
Que tenue brota caprichoso y blanco,
O lento sube en copos sobre copos,
Como blanco algodón escarmenado.
La llama crece; envuelve la madera
Y se retuerce en los nudosos brazos,
Y silba, y desigual chisporrotea,
Lenguas de fuego por doquier lanzando.
Y el fuego envuelto en remolinos de humo,
Por los vientos contrarios azotado
Se alza a los cielos, o a lo lejos prende
Nuevas hogueras con creciente estrago.
Ensordecen los aires el traquido
De las guaduas y troncos reventando,
Del huracán el mugidor empuje,
De las llamas el trueno redoblado.
Y nubes sobre nubes se amontonan
Y se elevan el cielo encapotando
De un humo negro que arrebata chispas,
Pardas cenizas y quemados ramos.
Aves y fieras asustadas huyen;
Pero encuentran el fuego a todos lados,
El fuego, que se avanza lentamente,
Estrechando su círculo incendiario.
Al ave que su prole dejar teme,
La encierra el humo al rededor volando,
Y con sus alas chamuscadas cae
Junto del nido que le fue tan caro.
Aquí y allá se vuelve la serpiente,
Buscando una salida, y en su espanto
Se exaspera, se enrosca, se retuerce,
Y el fuego cierra el reducido campo.
Del aire al soplo se dilata el humo
Hasta que llena el anchuroso espacio;
Rosados se perciben los objetos;
Redondo y rojo el sol se ve sin rayos.
Sobre el monte, la Roza y el contorno
Tiende la noche su callado manto,
Bordado con las chispas del incendio,
Que parecen cocuyos revolando.
Se ve de lejos la quemada Roza,
Con los restos del fuego no apagado,
Donde brillan inciertos mil fogones,
Cual vivac de un ejército acampado.
El lunes de mañana, los peones
Van, en la Roza, a improvisar un rancho;
Como hormigas arrieras se dispersan
Los materiales cada cual buscando.
Van llegando cargados con horquetas,
Estantillos, soleras, encañados,
Latas y paja y ruedas de bejuco,
En un plancito, todo amontonado.
En línea recta clavan tres horquetas,
La cumbrera sobre ellas levantando,
Para formar el, rancho vara en tierra,
Con un pequeño alar al otro lado.
Los encañados con bejuco amarran,
En la larga cumbrera recostados,
Y formando sobre ellos una reja
Concluyen con destreza el enlatado
Empezando de abajo para arriba,
El rancho en derredor van empajando,
Pajas diversas confundidas mezclan;
Palmicho , santainés y rabihorcado .
Y después de formarle el caballeteLo dividen en dos con un cercado.
Del un lado colocan la cocina,
De habitación sirviendo el otro lado.
Hacen la barbacoa, en que colocan
Las ollas, las cucharas y los platos;
Ponen la vara de colgar la carne,
Y las tres piedras de fogón debajo.
La piedra de moler en cuatro estacas
Aseguran muy bien, y en otras cuatro
Una cuyabra aparadora ponen,
Y a su lado, con agua, un calabazo.
Es hora de sembrar. Ya los peones
Con el catabre sembrador terciado,
Se colocan en fila al pie del monte,
Guardando de distancia cuatro pasos;
Y con un largo recatón de punta
Hacen los hoyos con la diestra mano,
Donde arrojan mezclada la semilla:
Un grano de frisol, de maíz cuatro.
Dan con el mismo recatón un golpe
Sobre el terrón para cubrir el grano,
Y otros hoyos haciendo, en recto surco,
Siguen de frente y avanzando un paso.
Se miran desplegados en guerrilla,
Como haciendo ejercicio los soldados;
Como blancas manadas de corderos,
Sobre el oscuro fondo del quemado.
Cantando alegres, siempre la guabina,
Teñidos de carbón, siguen sembrando,
Haciendo calles paralelas, rectas....
Y al llegar la oración vuelven al rancho.
***
CAPITULO III
Método sencillo de regar las sementeras, y provechosas advertencias para espantar los animales que hacen daño en los granos.
***
Hoy es domingo.
En el vecino pueblo
Las campanas con júbilo repican,
Del mercado en la plaza ya hormiguean
Los campesinos al salir de misa.
Hoy han resuelto los vecinos todos
Hacer a la patrona rogativa,
Para pedirle que el verano cese,
Pues lluvia ya las rozas necesitan.
De golpe el gran rumor calla en la plaza,
El sombrero, a una vez, todos se quitan....
Es que a la puerta de la iglesia asoma
La procesión en prolongada fila.
Va detrás de la cruz y los ciriales
Una imagen llevada en andas limpias,
De la que siempre, aun en imagen tosca
Llena de gracia y de pureza brilla.
odo el pueblo la sigue, y en voz baja
Sus oraciones cada cual recita,
Suplicando a los cielos que derramen
Fecunda lluvia que la tierra ansía.
¡Hay algo de sublime, algo de tierno
En aquella oración pura y sencilla,
Inocente paráfrasis del pueblo,
Del "Danos hoy el pan de cada día!"
Nuestro patrón y el grupo de peones
Mezclados en la turba se divisan
Murmurando sus rezos, porque saben
Que Dios su oreja a nuestro ruego inclina.
Pero, no. Yo no quiero con vosotros
Asistir a esa humilde rogativa;
Porque todos nosotros somos sabios,
Y no quisimos asistir a misa.
Y ya la moda va quitando al pueblo
El único tesoro que tenía.
(Una duda me queda solamente:
¿Con qué le pagará lo que le quita?)
Brotaron del maíz en cada hoyo
Tres o cuatro maticas amarillas,
Que con dos hojas anchas y redondas
La tierna mata de frisol abriga.
Salpicada de estrellas de esmeralda
Desde lejos la Roza se divisa;
Manto real de terciopelo negro
Que las espaldas de un titán cobija.
Aborlonado sus airosos pliegues
Formados de cañadas y colinas;
Con el humo argentado de su rancho,
De sus quebradas con la blanca cinta.
El maíz con las lluvias va creciendo
Henchido de verdor y lozanía,
Y en torno dél, entapizando el suelo,
Va naciendo la yerba entretejida.
Por doquiera se prenden los bejucos
Que la silvestre enredadera estira;
Y en florida espiral trepando, envuelve
Las cañas del maíz la batatilla.
Sobre esa alfombra de amarillo y verde
Los primeros retoños se divisan,
Que en grupos brotan del cortado tronco
Al cual su savia exuberante quitan.
Ya llegó la deshierba; la ancha roza
De peones invade la cuadrilla,
Y armados de azadón y calabozo
La yerba toda y la maleza limpian.
Queda el maíz en toda su belleza,
Mostrando su verdor en largas filas,
En las cuales se ve la frisolera,
Con lujo tropical entretejida.
¡Qué bello es el maíz! Mas la costumbre
No nos deja admirar su bizarría,
Ni agradecer al cielo ese presente,
Sólo porque lo da todos los días.
El don primero que con mano larga
Al Nuevo Mundo el Hacedor destina;
El más vistoso pabellón que undula
De la virgen América en las cimas.
Contemplad una mata. A cada lado
De su caña robusta y amarilla,
Penden sus tiernas hojas arqueadas,
Por el ambiente juguetón mecidas.
Su pie desnudo muestra los anillos
Que a trecho igual sobre sus nudos brillan,
Y racimos de dedos elegantes,
En los cuales parece que se empina.
Más distantes las hojas hacia abajo,
Más rectas y agrupadas hacia arriba,
Donde empieza a mostrar tímidamente
Sus blancos tilos la primera espiga,
Semejante a una joven de quince años,
De esbeltas formas y de frente erguida,
Rodeada de alegres compañeras
Rebosando salud y ansiando dicha.
Forma el viento al mover sus largas hojas,
El rumor de dulzura indefinida
De los trajes de seda que se rozan
En el baile de bodas de una niña.
Se despliegan al sol y, se levantan
Ya doradas, temblando, las espigas,
Que sobresalen cual penachos jaldes
De un escuadrón en las revueltas filas.
Brota el blondo cabello del Pilote,
Que muellemente al despuntar se inclina;
El manso viento con sus hebras juega
Y cariñoso el sol las tuesta y riza.
La mata el seno suavemente abulta
Donde la tusa aprisionada cría,
Y allí los granos como blancas perlas,
Cuajan envueltos en sus hojas finas.
Los chócolos se ven a cada lado,
Como rubios gemelos que reclinan,
En los costados de su joven madre,
Sus doradas y tiernas cabecitas.
El pajarero, niño de diez años,
Desde su andamio sin cesar vigila
Las bandadas de pájaros diversos,
Que hambrientos vienen a ese mar de espigas.
En el extremo de una vara larga
Coloca su sombrero y su camisa;
Y silbando, y cantando, y dando gritos,
Días enteros el sembrado cuida.
Con su churreta de flexibles guascas
Que fuertemente al agitar rechina;
Desbandadas las aves se dispersan
Y fugitivas corren las ardillas.
Los pericos en círculos volando
En caprichosas espirales giran;
Dando al sol su plumaje de esmeralda
Y al aire su salvaje algarabía.
Y sobre el verde manto de la Roza
El amarillo de los taches brilla,
Como onzas de oro en la carpeta verde
De una mesa de juego repartidas.
Meciéndose galán y enamorado,
Gentil turpial en la flexible espiga,
Rubí con alas de azabache, ostenta
Su bella pluma y su canción divina.
El duro pico del chamán desgarra
De las hojas del chócolo las fibras,
Dejando ver los granos, cual los dientes
De una bella al través de su sonrisa.
Cuelga el gulungo su oscilante nido
De un árbol en las ramas extendidas,
Y se columpia blandamente al viento,
Incensario de rústica capilla.
La boba, el carriquí, la guacamaya,
El afrechero, el diostedé, la mirla,
Con sus pulmones de metal que aturden,
Cantan, gritan, gorjean, silban, chillan.
***
CAPITULO IV